Por el camino que va a la ermita del Pla le pregunte a la gata Bruna, que diferencia había entre el Numen y la Divinidad. Con su sabiduría me contesto que el numen y la divinidad son términos que se refieren a conceptos distintos. El numen es un sustantivo neutro abstracto derivado del verbo en latín nuo, -ere («hacer una señal con la cabeza»). Se refiere a las deidades romanas, y a sus deseos, su voluntad, su poder. Hasta Cicerón, la palabra aparece siempre acompañando al nombre de un Dios, Deidad o divinidad (Numen de Júpiter, por ejemplo). El término actualmente se refiere a cada uno de los Dioses de la mitología clásica. Abarca el sentido de lo sacro o sagrado y de inmanencia que había en todos los lugares y objetos para la religión romana. En ocasiones también se llamó numen al Emperador, puesto que en él residía el «sumo poder».
Por otro lado, la divinidad es un término más amplio que se refiere a cualquier ser sobrenatural que se considere divino o sagrado. Este término se utiliza en muchas religiones y culturas diferentes, y puede referirse a una amplia variedad de seres, desde dioses y diosas hasta espíritus, ángeles y santos. En general, la divinidad se asocia con la creación, la vida, la muerte y el más allá, y se considera que tiene un poder y una autoridad superiores a los de los seres humanos.
Aclarado del significado de ambos términos le pregunté sobre la inmanencia, termino que le hizo gracia a mi homúnculo. Bruna añadió, la inmanencia es un término filosófico que se refiere al carácter de aquella actividad o acción del agente que se da en él y que tiene en el mismo agente su propio fin, permaneciendo, por ello, en el interior de quien la ejecuta. Se opone a la trascendencia, que es la cualidad de lo que está más allá de los límites naturales y humanos. Por ejemplo, se dice que Dios es trascendente porque supera el mundo creado y no depende de él, mientras que el mundo es inmanente porque existe dentro de sí mismo y no trasciende a nada superior.