Mi homúnculo que no quería ser menos que la gata Bruna me hizo reflexionar sobre algo de importancia. Yo le plantee la incongruencia de nacer para qué. Y él me contestó con estas palabras sabias.
La incongruencia de nacer para morir es un tema que ha ocupado a muchos filósofos, escritores y artistas a lo largo de la historia. ¿Qué sentido tiene la vida si al final todo se acaba? ¿Cómo podemos encontrar un propósito en medio de la incertidumbre y el sufrimiento? ¿Qué valor tiene el tiempo que nos es dado?
Estas son algunas de las preguntas que nos planteamos cuando reflexionamos sobre nuestra existencia y nuestra mortalidad. No hay respuestas definitivas ni universales, sino que cada persona debe buscar su propia forma de darle sentido a su vida y a su muerte. Algunos se apoyan en la religión, otros en la ciencia, otros en el arte, otros en el amor, otros en el trabajo, otros en la naturaleza, otros en la rebeldía, otros en la resignación…
Lo que parece claro es que la incongruencia de nacer para morir nos obliga a vivir con intensidad, con conciencia, con responsabilidad, con gratitud, con esperanza. No podemos cambiar el hecho de que vamos a morir, pero sí podemos elegir cómo vivir. Podemos aprovechar cada momento, cada oportunidad, cada experiencia, cada persona que nos acompaña en el camino. Podemos dejar una huella positiva en el mundo, contribuir a mejorar la vida de los demás, crear algo bello o útil, transmitir nuestros valores y conocimientos, expresar nuestros sentimientos y pensamientos.
La incongruencia de nacer para morir es también una invitación a cuestionar las normas y las convenciones sociales que nos limitan y nos oprimen. Podemos rebelarnos contra las injusticias, las desigualdades, las violencias, las mentiras, las manipulaciones. Podemos luchar por nuestros derechos, por nuestra libertad, por nuestra dignidad. Podemos soñar con un mundo mejor y trabajar para hacerlo realidad.
La incongruencia de nacer para morir es, en definitiva, un desafío que nos impulsa a crecer como seres humanos, a buscar nuestra felicidad y la de los demás, a encontrar nuestro lugar en el universo. No es una contradicción insalvable, sino una paradoja que nos enriquece y nos motiva.