La proliferación de libros sobre la masonería en estos últimos tiempos ha creado confusión entre algunos miembros de la Orden. Yo mismo quedé aturdido al leer ciertos informes para mi desconocidos. Parecía que en los libros se hablaba de una organización que no tenía nada que ver con la que yo pertenecía.
Decidí ponerme en contacto con mi amigo el veterano maestro masón que en otras ocasiones me había aconsejado. Este me invitó a visitar su casa y así poder tener una conversación distendida y aclaratoria.
Cuando llegué a su domicilio y después de los saludos de rigor me aclaró que como masón íbamos a tener la conversación en un sitio especial. El además de masón de alto grado, era Rosacruz. Su casa era grande de cuatro plantas. Me hizo subir hasta la cuarta planta y antes de llegar me dijo: ahora vas a entrar en la habitación de los barcos. Me quedé sorprendido y extrañado que un hombre tan serio me dijera esto.
La sala era enorme, una gran biblioteca albergaba centenares de libros. Las paredes estaban repletas de mandiles de todos los grados por los que el había pasado. En los espacios libres de las paredes colgaban diplomas de grados y recuerdos de visitas a múltiples logias. En una zona de la sala había un pequeño altar en el que había dispuestos instrumentos masónicos y otros que no supe reconocer.
Observé unos archivos en cuyos lomos había unos signos secretos y unas inscripciones. En unos ponía: “En caso de muerte destruir”. En otros: “En caso de muerte entregar a los hermanos que lo vendrán a buscar”.
Una mesa enorme sostenía dos potentes ordenadores conectados a la red permanentemente. El ambiente era de paz bañado en un agradable olor a incienso de rosas que luego supe que lo conseguía del Tibet. Tenía puesto como sonido de fondo algo que nunca definiría como música y sí como algo que iba trabajando mi estado interior. Luego me explicaría que este era el sonido de las esferas y que nada tenía que ver con la música hecha por humanos.
El único barco que vi en la sala era una maqueta a medio construir. Al parecer utilizaba esta excusa para vetar la entrada en la sala a profanos.
En este ambiente para mi desconocido me invitó a sentarme en una silla especial de esas que se utilizan para sentarse casi como si estuvieras de rodillas pero que van tan bien para no lesionar la espalda.
Enseguida me preguntó cual era mi duda respecto a los libros que había leído. Yo le dije que lo que estaba leyendo sobre la Orden nada tenía que ver con lo que sucedía en mi Logia.
En mi Logia para empezar estaba formada por miembros que siempre faltaban a las tenidas alguna vez a lo largo del año. Algunos no aparecían mas que alguna vez. Siempre teníamos problemas de cobros y esto nos creaba deudas con la Gran Logia. Con algunos hermanos nos veíamos solo cuando había tenida o sea 10 veces al año y con algunos menos.
Los temas que tratábamos en tenida eran siempre lo mismo, darle vueltas a las herramientas, al mandil, al templo, etc.
La mayor parte del tiempo se perdía en trámites administrativos.
Los ágapes acababan con chistes o con conversaciones profanas. Eso sí cuando tocaba hablar cada hermano decía siempre lo mismo. Que bien se estaba entre hermanos, que bonita era la masonería, en fin ya sabes.
Para colmo, la mayoría de los hermanos no conocían más masones que los que había en la propia logia. Nadie se molestaba en conocer otras logias ni en acudir a asambleas.
Le dije que me extrañaba que ante este panorama que me imaginaba era igual al de otras logias nosotros tuviéramos tanto poder y que habíamos dominado los cambios del mundo, según decían los libros.
El veterano maestro con una ligera sonrisa me preguntó en primer lugar si yo tenia una habitación de los barcos como la que tenia él. Rápidamente le contesté que ni hablar. Mi mujer casi no sabe que soy masón y menos mis amigos y familiares. En mi casa no hay nada que se pueda interpretar que pertenezco a la Orden. Lo único que tengo es el maletín que solo utilizo diez días al año. El mandil nunca sale del maletín y por descontado mi mujer no me dejaría colgar ningún mandil en sus paredes. Para mi la masonería eran diez reuniones al año y un maletín. De vez en cuando escribía una plancha cuando me la pedían para subir un grado. Todos hacíamos lo mismo.
El veterano maestro con una mirada de cariño me dijo: Querido hermano hay dos masonerías y tú solo conoces una. Tu masonería es la misma que conocen los profanos. Tú perteneces a la masonería inofensiva de diez reuniones anuales donde interpretas un teatro con un libreto que no entiendes. Esta masonería de cena incluida no se diferencia de otras organizaciones filantrópicas que ya conoces. La mayoría de los masones se identifican con ella. Ya les va bien la reunión cuando pueden, la cena distendida, la amistad nueva, mandar cuando se es Venerable, medrar cuando se puede.
Piensa, me dijo, que en el mundo hay ocho millones de masones. De estos se enteran de algo medio millón. Pero lo mas importante, comprometidos con la orden solo hay cinco mil. Estos últimos son los que están escribiendo la historia que dentro de unos años se leerán en los libros.
La clave está en una palabra. COMPROMISO. Cinco mil hermanos están comprometidos con la Orden, desde su habitación de los barcos están moviendo los hilos de la historia. Ellos se han transformado porque han sido imbuidos por las iniciaciones que han recibido realmente. Han conocido la masonería invisible que es la única mano de que dispone el universo para en este plano transformar la humanidad después de transformarse ellos.
Te pondré un ejemplo, me dijo, piensa cuando se constituyó los Estados Unidos de América. Washington juró sobre una Biblia que hoy se conserva en una logia y todos los presentes iban con mandil. Ellos en aquel momento no sabían que escribían una página de la historia. Constituyeron la nación más poderosa del mundo actual bajo su compromiso de ser masones. No llevaban otro uniforme. Lo más importante es que eran masones y secundariamente fundaban una nación.
Ejemplos hay muchos que tu habrás leído en los libros que ahora están de moda. Esta claro que la logia a la que perteneces no es capaz de realizar actos tan sublimes como el que te he relatado. Pero te pregunto. Que clase de compromiso tienen tus hermanos con la Orden. Que clase de compromiso tienes tú con la Orden.
Mira hermano, me dijo, para mí primero esta la Orden, luego viene todo lo demás. Si tengo una tenida, y coincide con una boda de un familiar no asisto a la boda. Si tengo un viaje lo hago del tal manera que no coincida con una tenida, nunca dejo de asistir con la excusa de tener que estar con la familia, ya tengo todos los días para estar con ella. Entre tenidas medito, leo, me instruyo.
Cuando la Orden me llama para servirla lo dejo todo por ella.
Así las cosas comprenderás que mi compromiso es total.
Solo en esta situación la masonería te transmite su secreto.
Para finalizar, me dijo, que la masonería era tan importante que solo si ella ha penetrado en ti eres consciente. Y solo se es consciente si realmente te has comprometido.
La masonería sabe que muchos los llamados pero pocos los elegidos. De los ocho millones que están inscritos como masones solo cinco mil son necesarios para mover la humanidad. Es elección individual adquirir el compromiso.
Después de oír estas palabras me di cuenta que yo aún no era masón. A pesar de mis medallas y mandiles no me había enterado de nada. El secreto no estaba en la transmisión de las palabras secretas, ni en las iniciaciones. El secreto estaba en el compromiso.
Cuando abandoné aquella sala de los barcos volví al mundo de cada día. Entré pensando que ya lo sabía todo y que los que escribían los libros no sabían nada. Salí dándome cuenta que yo no sabia nada y que los que escribían los libros solo transmitían aquello que la masonería no tiene necesidad de contar.
RAMÓN FERNÁNDEZ-PAREDES MESTRES 33º